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Desde el
Monasterio de San Beturián, tomando la senda que sale en la zona norte
con dirección a Oriente y que está marcada en su principio con un mojón
de piedras iniciamos la subida hasta este eremitorio enclavado en la falda,
a pies
de Peña Montañesa; al principio la senda está poco marcada y discurre
sobre una zona pedregosa que rodea el cerro de El Castellar, una vez
rebasado éste, encontramos la Ermita de San Antonio abad, que con aspecto
y uso de refugio para el ganado nos muestra en su interior unas todavía
visibles pinturas, será conveniente llevar una linterna para verlas,
desde aquí el camino serpentea cuesta arriba por tramos de gleras y otros
más cómodos para caminar, hasta llegar al último trecho que resulta
bastante empinado y una vez superado, morir justo delante de la entrada a
la cueva, antes ya, si hemos prestado atención, podremos haber visto el
muro de la casa del santero, adjunto a la Ermita, pero no resulta fácil
por su camuflaje debido a que sus sillares han tomado la pátina de las
rocas que lo atenazan; nada obstaculiza la entrada y en su interior no hay
nada de valor a excepción de los valiosos recuerdos que alberga y que la
leyenda de los tiempos nos recuerda sobre la vida de un santo varón que
allí permaneció durante nueve años dedicado a la oración y a la vida
austera y
contemplativa con la intención de acercarse más a Dios. |
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Éste
era Victorián, joven nacido en el norte de Italia en el siglo quinto , de
familia noble; desde joven se siente inclinado e influenciado por las
noticias de ermitaños que viven solitarios en las montañas allende los
Pirineos donde pobres y mal vestidos se reunían para celebrar la misa en
un cenobio llamado de San Martín de Asán que era el centro espiritual de
aquella comarca. Según la leyenda ribagorzana Victorián marchó de casa
sin previo aviso y solamente una doncella sabía de esta partida que al
darla a conocer a los padres del joven éstos aceptaron con resignación
la decisión de su vástago; también dice la leyenda que una joven
llamada Maura, enamorada de él le siguió, pero Victorián una vez
llegado a las tierras de Campo pasó junto a un labrador que estaba
sembrando el mijo, cereal alimento básico en la época, y hablando con
él le dijo lo siguiente: "Soy Victorián, un peregrino que voy
camino del Monasterio de San Martín de Asán. En nombre de Dios te pido
que vuelvas mañana con tus segadores para cosechar el mijo que hoy
siembras. Y si alguien pasa por aquí y te pregunta por mi, dile tan sólo
que pasé mientras tu sembrabas el mijo...". Al día
siguiente la muchacha que de cerca le seguía pasó por aquel campo y
preguntó al campesino, al responderle, Maura se dio cuenta que aquella
siega milagrosa era una advertencia del Altísimo a sus vanos intentos.
Abnegada y resignada se retiró a la soledad de la oración en un
lugar no muy lejano de allí que hasta hoy en día lleva su nombre: la
aldea de Santa Maura. Por aquellos días del año 522, Victorián
atravesó los Pirineos y se instaló en una gruta en la ladera de Peña
Montañesa y levantó un oratorio en honor del arcángel San Miguel, en
ella permaneció 9 años viviendo de la caridad de los monjes del
Monasterio de San Martín, fundado en el año 506 por el monarca
godo Gesalico, tan solo a una hora de camino montaña abajo; los
monjes del Monasterio le insistieron de tal forma que al final admitió el
ser abad del Monasterio, cargo que fue confirmado por el rey godo
de España, Teudis, que consiguió que todos los anacoretas esparcidos por
estas montañas se juntaran en el citado cenobio. El Santo murió el 12 de
enero de 558 y tiempo más tarde el Monasterio pasó a llamarse "
Monasterio de San Victorián de Asán". Los restos del santo serían
exhumados después de su canonización junto al altar de San
Martín, titular entonces del Monasterio. Recurrimos al libro de Lucien
Briet, Soberbios Pirineos y veremos como enterraban a algunos de los
monjes fallecidos por aquellos entonces en la cripta excavada
debajo de la sacristía: "Tras la puerta de la sacristía, mosén
Ramón levantó la trampilla que mostró el comienzo de una escalera de
peldaños ruinosos por la que nos aventuramos agachados. En medio de la
cripta, una masa cúbica sirve de contención. Giramos alrededor de ella,
cada uno teníamos una vela porque la única abertura de este subterráneo
había sido cerrada y daba al claustro... Tres de estos nichos eran
verticales y poseían una banqueta en la que un cadáver se habría
encontrado sentado como en la silla del coro. En parte, las sepulturas de
la cripta han sido violadas y por siniestras aberturas se veían
esqueletos tumbados sobre una lamentable capa de polvo y escombros. El
último de los padres enterrados de esta forma tenía todavía su cogulla
y su cráneo macabro caía hacia atrás, con la boca abierta. Algunos
compartimentos han permanecido cerrados e indemnes, otros, aún nuevos,
esperan a una víctima que no llegará". Don Antonio Durán
escribía del monasterio: "La comunidad benedictina de San Victorián
se componía de una veintena de monjes y de un número indeterminado de
donados: niños confíados al monasterio por sus padres y destinados al
monacato caso de acceder libremente al llegar a edad competente. Y laicos
mayores que donaban sus bienes a cambio de recibir hospedaje,
alimentación y vestuario de monjes. Se repartían diariamente catorce
raciones de pan y vino, alimentos considerados básicos; doce de ellas
correspondían a los mojes y dos y media se repartían entre la
Limosnería del monasterio y el ermitaño de Santa María de la
Espelunca". Allí se refugió San Pelegrín que al morir sería
depositado en un sarcófago en la misma gruta y hasta allí subían en
romería los habitantes de Fosado y sus alrededores que dejaban las
caballerías en o corral d´os caballos , muy próximo al eremitorio. San
Victorián es el santo del Sobrarbe y así por ejemplo, en Berbegal se le
ruega por la lluvia y al llegar al lugar llamado Las Güegas se hacen
sludos con banderas de Banastón, Laspuña y El Pueyo de Aragüas; es el
patrono de Ainsa y en Asún, de Borrés es fiesta pequeña y de Viu la
mayor; en Abizanda se celebra el ritual de los langostos de San
Beturián, se ponen en el suelo frente a su ermita la caridad de las
gentes, por lo general torta y vino y empiezan a llegar las
langostas, el color de los insectos se identifica con los diversos
frutos de la tierra, así el negro es el vino, el verde las olivas y los
más claros los cereales. Esta fiesta antes se celebraba el día 12 de
mayo y ahora se le hace coincidir con el festivo más próximo. Queremos
reproducir la coletilla con la que cierra su comentario el autos del libro
que nos ha servido de fuente de información, que es la siguiente: |
"Al
regresar de la Espelunca de San Beturián, punto de encuentro donde la
orografía, la historia y la leyenda se dan la mano, el visitante presenta
las más respetuosas condolencias, pues aquí yace una gruta para la que
el sol se escondió tras la montaña. Quizás, sólo quizás..., con la
intención de no salir". |
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