(Barrio de La Peña)

Textos publicados en el Programa de Fiestas de 1988, escritos por Montse Bellosta.

Entre la Ribera de Fiscal y Aínsa, por tierras del Sobrarbe, las claras aguas del Ara se apaciguan al llegar a Boltaña. Las montañas se rompen, mezclándose con historia, tradición y gentes, y rodean a esta villa privilegiada por el clima y el paisaje. Se alzan con grandeza a un lado y a otro colgando aldeas de casas solitarias que parecen despeñarse o culminar sus picos. Los pinos, el boj y el enebro visten y dan verdor a las cónicas piedras, y los matorrales del espliego y del romero se salpican con alguna florecida aliaga.Silves es una de las despobladas aldeas que administrativamente dependen de Boltaña. A poco más de media hora a pie de ésta se levanta por el sol naciente como una vieja fortaleza medieval; y de costado se pega al borde de una roca desafiando altura. Es la primera vista que tenemos de ella.
Dos caminos nos llevan a las primeras casas. Una pista que nace junto al puente levantado sobre el Ara, por la carretera de Campodarbe y que poco antes de llegar a Seso se bifurca en otra difícilmente transitable (solamente con un todo-terreno), trepando ondulada y agobiante hasta el nacimiento de la roca. O bien llegando al puente de Ferrera, por esa misma carretera, se puede ascender a pie bordeando la astillada piedra. -(en la actualidad, reúne mejores condiciones esta segunda opción, ya que desde justo al lado del viaducto sale una estupenda pista que nos lleva a Silves Alto después de recorrer unos 7 km; sin embargo, por la primitiva primera pista, la subida es dura y penosa). Hablaremos de esta opción, la subida es lenta, empinada y sin sombras, el monte de seco ramaje se mezcla con algún olivo, encinas y robles, parcelas ahora salvajes, y rapada vegetación. La cuesta es un tobogán pétreo que se corta en una rampa, como último peldaño, casi aguantando las casas. Hemos llegado a uno de los barrios: el de la Peña, la iglesia y dos casas, entre paredes derrumbadas, se agrupan tímidamente, claras y lisas. Desde allí la mirada se nos pierde girando sobre nuestros pies: Boltaña, como un hondo y fértil valle.

 

 

 
Guaso, con su esbelta torre; y opuestamente Espierlo y Ascaso, otras dos solitarias aldeas. Un pequeño cementerio nos acompaña hasta la Iglesia Parroquial que puede datar del siglo XIII. Esta pequeña iglesia es de planta común: nave rectangular y ábside semicircular. La nave cierra con bóveda tímidamente apuntada y el ábside con cuarto de esfera. El paso nave-ábside lo realiza un arco triunfal de medio punto -irregular por añadidos-con arranques embebidos en los muros. En el parámetro norte, hacia el siglo XVII, se acondicionó una capilla para después adosarse a ésta sacristía, con bóveda de cañón. La capilla está cubierta con bóveda de lunetos. A los pies se levanta la torre, subdividida por dos pisos con bóveda y tejado sobre enmaderado; del siglo XVI, incrusta en todos los muros aspilleros para arma de fuego, (secuela de las Guerras de Francia). De estilo románico, recrecidos, tenemos al ábside y el muro meridional. Descendemos ya hacia el Barrio alto, agrupado en un llano. Algunos manzanos, cerezos y nogales rememoran el pasado e imprimen verdor. También en olvido tres o cuatro viviendas se hermanan, recibiéndonos con las puertas de madera gris y ajada, la hierba ha crecido libremente en cualquier parte y no respetan los caminos que se ocultan bajo ella. Camino del poblado de Aguilar, una pequeña ermita románica, San Bartolomé, nos detiene, puede datar igualmente que la iglesia, del siglo XIII, aunque su cronología sea más difícil por su simpleza y escasa esplicitud de aparejo; de mampostería común, excepción hecha del hemiciclo absidial. La planimetría es elemental, alargada nave abovedada y ábside semicircular. La puerta actual da al sur, a cada lado dos potentes contrafuertes que acomodan una especie de atrio, no parece ser anterior al siglo XVI, así como todo el lateral sur. El aparejo absidial es de sillarejo organizado en hiladas bastante regulares. Entre el Ara y Ferrera, Silves se pierde en el pasado. Los trillos abandonados en las eras, los corrales que todavía huelen a excremento y calor animal, los huertos abruptos con algún altanero lirio, el viejo pozo y el pozal oxidados, los hornos de pan, las prensas de aceite, los pajares... esta triste realidad de otra aldea en la que solo los cantos de los pájaros despiertan a la vida, y es la consecuencia de la emigración a los pueblos-centro, porque la incomunicación y el tiempo lo hizo necesario. Las pistas forestales y particulares permiten acercarnos hoy a despoblados como este del Altoaragón, donde antes los caminos se abrían a golpe de pisadas humanas y del lento caminar de las caballerías. Nombres casi olvidados en un mapa en el que las aldeas aguantan angustiosamente en pie, con los años a cuestas. Hoy solo albergan un pasado, una madura soledad y, como no, el cariño y los recuerdos de los que hemos nacido entre sus paredes. La única realidad perdurable. En la actualidad vive un matrimonio que regenta un área de acampada.    Abajo fotos de Silves Alto.